1. "The rise of secessionism in Catalonia has emerged out of the will to decide the region’s political destiny as a nation". This is a blog entry, dated May 29th 2012, by Montserrat Guibernau, Professor of Politics at Queen Mary University of London, in which she explores why many Catalans now hope that Catalonia will secede from Spain. She argues that Catalonia’s subsidization of less affluent regions, which leaves the region worse off, is a major root of discontent. URL: http://blogs.lse.ac.uk/europpblog/2012/05/29/catalonia-secession/
2. Germà Bel, an expert in infrastructures and full Professor of Applied Economics at the Universitat de Barcelona, in a television appearance also on May 29th 2012, on the subject of "Trens, aeroports i decadència" (Railways, airports and decadence). He explains that Spain is in the process of building three times more kilometres per inhabitant of TGV railway lines than France, and six more than Germany. He shows how the radial conception of communications designed during the reign of Philip V (at the start of the 18th century) has not substantially changed since then. In Catalan. URL: http://www.tv3.cat/videos/4106970/Germa-Bel-Trens-aeroports-i-decadencia
3. Edward Hugh, a macro economist based in Barcelona, who specializes in growth and productivity theory, demographic processes and their impact on macro performance, and the underlying dynamics of migration flows, published the following widely-commented article on May 13th, 2012: "It’s Time to Stop Using Chewing Gum and Chicken Wire in Spain". URL: http://www.economonitor.com/edwardhugh/2012/05/13/its-time-to-stop-using-chewing-gum-and-chicken-wire-in-spain/ and http://fistfulofeuros.net/afoe/its-time-to-stop-using-chewing-gum-and-chicken-wire-in-spain/
5. Delenda est Hispania?
La ruptura de los lazos comunes, con la que especulan ciertos nacionalistas, dejaría a sus naciones fuera de su mercado natural y sería un embrión de contiendas. No se deben dar pasos en falso, pero alguno hay que dar
Ángel López García-Molins 9 MAY 2012 - 00:07 CET
Se trata de una crisis nacional que, en el fondo, es mucho más grave que la económica. Una crisis que se viene incubando hace largo tiempo: desde el fiasco del nuevo Estatut de Catalunya (2006), como es obvio, pero antes ya desde la LOAPA (1982) y, si queremos bucear en los orígenes, en realidad desde las guerras carlistas o desde la Constitución de Cádiz (1812), admirable, pero efímera. La prudencia aconseja quitar hierro, pero la cuestión es si, por negarnos a intervenir, no estaremos haciendo imposible la recuperación del enfermo.
Porque esto es actualmente España, un país enfermo. Ya lo estuvo, claro, fue el enfermo de Europa en la segunda mitad del siglo XVII, con síntomas parecidos a los de hoy: disgregación territorial; hundimiento económico provocado por una deuda astronómica y una economía improductiva; pérdida de influencia política en el mundo; retroceso de la cultura. El pasado nunca se repite y también existen diferencias evidentes, como el papel desempeñado por España en el mundo: puntero, entonces; irrelevante, ahora. Pero la tendencia a abandonar el barco es una constante que se repite, como también vuelven los intentos centralizadores que antaño culminaron con la llegada de los Borbones y hoy se insinúan en las posiciones extremas de la derecha o de la izquierda y en los medios de comunicación que las sustentan.
Vale la pena reflexionar sobre las palabras del señor Mas. Según él, las únicas comunidades autónomas que requieren un Estatuto especial son Cataluña y el País Vasco. Me permito discrepar de su opinión, aunque pienso que hay que concederle parte de razón. Desde el siglo XIX, Cataluña y el País Vasco se singularizaron con un perfil nacionalista específico: por ello lograron la aprobación de sus Estatutos de autonomía en la II República y por ello siguen constituyendo casos especiales. Sin embargo, su especificidad no es algo exclusivo y el problema no se resolvería satisfaciendo tan solo sus reivindicaciones, como si las de los demás fuesen algo caprichoso.
A ver si nos entendemos. Las 17 comunidades autónomas que fueron aprobadas al socaire de la Constitución son un disparate, si lo que se pretende es que cualquiera de ellas merece tantas competencias de autogobierno como Cataluña o el País Vasco. Es evidente que el café para todos promovido por la UCD pretendía disimular las transferencias estatales a dichas comunidades —que parte de la sociedad española de entonces (y de ahora) rechazaba— haciéndolas extensivas a todo el mundo. Pero entre los beneficiarios de esta ampliación infundada existen muchos grados y sería radicalmente injusto tratarlos por igual. Considérese el caso de Galicia. Es verdad que históricamente perteneció a Castilla-León durante siglos y que sus reivindicaciones autonómicas fueron más tibias que las catalanas o vascas, tanto en el XIX como durante la II República. Pero también es verdad que el gallego sigue siendo la lengua materna de la mayor parte de la población, algo que ya quisieran para sí Cataluña y, más aún, el País Vasco.
No obstante, con agregar Galicia a Cataluña y al País Vasco como territorios "especiales" tampoco sería suficiente. Si lo verdaderamente diferencial es la existencia de otras lenguas históricas junto al español, habría que añadir Baleares, la Comunidad Valenciana, Asturias, Navarra y Aragón, en orden decreciente por porcentaje relativo de hablantes de las mismas, a las autonomías singularizadas. Tampoco veo por qué la lengua debe ser el único rasgo diferencial relevante. Si lo que importa es el alejamiento geográfico, Canarias reclama un estatuto privilegiado frente a todas las demás. Y si lo relevante es el tamaño y el número de habitantes, Andalucía podría constituir perfectamente un Estado europeo medio, igual que Castilla, mientras que casi todas las demás solo tienen el tamaño o los recursos de un land alemán.
¿Es posible un país con regiones muy autónomas, bastante autónomas, algo autónomas y nada autónomas? Lo dudo. Este modelo, que recuerda al del sistema solar, está montado sobre el supuesto falso de que existe un centro y una periferia, cuyas zonas más extremas —donde la fuerza gravitatoria de la estrella central se debilita— podrían llegar a descolgarse: en otras palabras, que Madrid es como el Sol, y Cataluña o el País Vasco serían como Plutón, un planeta cuestionado que, desde 2006 (¡el año del Estatut!), ha sido reclasificado por la Unión Astronómica Internacional. Claro que en España el falso supuesto no deja de ser un supuesto operativo: obramos como si Madrid fuese el centro natural de España y no el centro de Castilla, por lo que los flujos económicos, las comunicaciones y la imagen del país convergen hacia dicha ciudad en claro detrimento de Barcelona, de Sevilla, de Valencia o de Bilbao, por ejemplo.
Otro modelo es posible. Mejor dicho: resulta imprescindible. Un modelo en el que todas las comunidades autónomas tuvieran las mismas competencias, pero en el que solo hubiese una media docena, precisamente las que figuran en el escudo de España, con algún agregado extrapeninsular. Son estas comunidades las que fundaron el Estado español, no en época inmemorial, según quieren los esencialistas, pero tampoco antes de ayer, sino entre 1469 (matrimonio de los Reyes Católicos) y 1512 (incorporación de Navarra) más o menos. Un modelo ibérico federal, que ya existió (incompleto, en ausencia de Portugal) y del que la España autonómica constituye una pobre caricatura.
Porque la primera condición de un Estado federal es la relativa igualdad —de derechos, de población, de recursos económicos— de los miembros federados. Sentado este requisito, los distintos Estados se asocian en beneficio mutuo, como ha sucedido en Alemania, en la India o en EEUU. Si dicha condición no se da, una de dos, o los miembros más débiles parasitan a los más fuertes o estos subyugan a aquellos. En España fueron los flujos financieros procedentes del Nuevo Mundo los que desequilibraron la balanza a favor de una sola de las partes, que tuvo que tirar del resto a su costa, hasta que, acabado el río de oro americano, la situación se invirtió de hecho, aunque no formalmente.
El debate debería abrirse ya, o que Dios nos coja confesados. Que nadie piense que en un mundo a la vez global y hostil, como el que nos circunda, podremos subsistir con el modelo vigente, el cual nos hace ser cada vez más pequeños e ineficaces, juntos o separados, poco importa. La España centralista se ha revelado un fiasco histórico, pero la ruptura pura y simple de los lazos comunes, con la que tan alegremente especulan algunos nacionalistas, dejaría a sus respectivas naciones fuera de su mercado natural, desvinculadas de los territorios de su mismo tronco lingüístico y/o cultural y además sería el embrión de futuras contiendas civiles derivadas de su bilingüismo irreductible. Se trata de un sueño imposible, el sueño de la razón que crea monstruos. En este asunto no se puede probar a ver qué pasa porque los pasos en falso acaban en el abismo. Y, sin embargo, algún paso habrá que dar o el tsunami que viene nos arrastrará a todos.
Ángel López García-Molins es catedrático de la Teoría de los Lenguajes de la Universitat de València.
6. Maneras diferentes de ver la vida
España debe de aceptarse a sí misma y despedir a sus "hijos adoptados", Euskadi y Cataluña, naciones ya mayores de edad, con entereza y dignidad.
Esteve Solà Saura
5 JUN 2012 - 00:04 CET
Me he quedado impactado después de leer el artículo Delenda est Hispania?, de Ángel López García‐Molins (doctor en Filología Hispánica, catedrático de Lingüística y Literatura Española) publicado por este periódico el pasado 9 de mayo. En este se expone, de manera miedosa, abrir el melón de la reorganización territorial de España para intentar modernizarla e incluir todas las naciones que componen el Estado bajo un modelo federal con un número menor de entidades del actual.
Ángel López García‐Molins describe correctamente el camino de errores seguido por el Estado desde las guerras carlistas, pasando por la Constitución de Cádiz, la LOAPA y el fracaso final del Estatut de Catalunya (2006). Luego se mete él mismo en el barrizal de intentar describir las particularidades de cada una de las partes que componen España para justificar su derecho a la autonomía diferenciada, resumiéndolo por razones de lengua (catalano‐balearicovalenciano parlantes, euskera parlantes, galaico parlantes, asturiano parlantes), singularidad geográfica (Canarias) y finalmente poblacional (Andalucía, y Castilla). Bajo estas clasificaciones sustenta la propuesta de un nuevo modelo en el que propone la existencia de media docena de entidades autónomas federadas, con las mismas competencias, dejando atrás el centralismo imperante.
Cómo escribía al inicio, "me he quedado impactado" porqué me parece aberrante que ciertas opiniones aún se sostengan sin tener la más mínima capacidad de análisis de lo que ha supuesto que España se haya negado a su propio reconocimiento como Estado plurinacional desde la Constitución de 1978. Lo que expone Ángel López García‐Molins llega tarde. Aunque es una reflexión muy válida en ciertos aspectos, parece escrita hace dos décadas. Desde las naciones periféricas a la española (básicamente Euskadi y Cataluña) no se ha parado de proponer propuestas federalistas (siempre asimétricas por la singularidad nacional) a todos los niveles y siempre han sido rechazadas y combatidas por el Estado central y su aparato. Finalmente, tal y como el citado artículo recoge, el Estatut de Catalunya fue la gota que colmó el vaso. Ahí se demostró que el Estado y su aparato no deseaban respetar la voluntad democrática del pueblo de Cataluña, siendo el texto reescrito por un tribunal político. Sin ganas de ahondar en este hecho histórico, ahora cierta intelectualidad española se da cuenta de que algo falla ("El debate debería abrirse ya, o que Dios nos coja confesados") y magnificas disertaciones como la de Ángel López García‐Molins llegan tarde.
O España sufre una metamorfosis constitucional que incluya a todos en un plano de igualdad en un plazo muy breve, o la segregación de Euskadi y Catalunya para añadir dos nuevos Estados ya dentro de la UE es inminente. Y lo peor de todo es que será debido a la ceguera de los poderes centralistas del estado que en ningún momento han considerado nunca otra manera de expresarse dentro de España que no sea sintiendo suyo el hecho nacional español. Imponiendo desde la centralidad cómo la periferia debe organizarse a todos los niveles. Negando el trato de tú a tú, y obligando a un trato de sumisión.
A su vez me gustaría exponer a Ángel López García‐Molins que las interdependencias europeas que se proponen estas naciones en ningún caso romperían ni lazos culturales ni económicos con sus "territorios del mismo tronco lingüístico" y por lo tanto cultural. Acaso los países de la UE tienen algún tipo de limitación de derechos entre ellos? Acaso Valencia estaría quilométricamente más lejos de Barcelona, o Bilbao de Logroño?
Así pues España no debería de alimentarse con propuestas irrealizables (por su índole, centradas en el nacionalismo español) en tiempos tan tremendos como los que vivimos. Debe de aceptarse a sí misma y despedir a sus "hijos adoptados" (las naciones ya mayores de edad) con entereza y dignidad. La dignidad de quien ya es democráticamente mayorcito para entender que lo que nos hace potentes a nivel global es la UE (suma de naciones de múltiples tamaños y poblaciones, desde Eslovenia hasta Francia o Suecia) y no la simpleza de pertenecer todos forzadamente a algo ya tan artificial como la actual España. Y la entereza de quien comprende que para autoafirmarse a sí mismo no debe de dominar a otros, debe de colaborar con ellos, de tú a tú. Y el cómo salir de esta crisis (más UE) nos lo está dejando bastante claro.
Finalmente, y sin la más mínima ironía, mi agradecimiento a la clarividencia final que Ángel López García‐Molins expone en su artículo:
"Y, sin embargo, algún paso habrá que dar o el tsunami que viene nos arrastrará a todos".
Esteve Solà i Saura es arquitecto.
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